La noche está fria, y no hay ni rasto de la luna en el cielo. Demasiado para ser Septiembre y estar en España. El bullicio de la calle es el de siempre: las tabernas entreabiertas, los gritos de marineros ebrios en su interior, el humo de las chimeneas, los farolillos brillando en lo alto como misteriosas luciernagas entre la niebla densa que rodea todo el puerto.
El ruido de sus viejos tacones, negros y desgastados,resuenan en las piedras, confundiéndose con el ruido de varios carruajes que pasan por allí.
Un escalofrío recorre su espalda mientras avanza ante aquella noche inusual. Acelera el paso y baja la mirada, queriendo pasar desapercibida. No se sentía realmente segura caminando por aquellas calles y deseaba llegar a casa en el menor tiempo posible.
Camina hasta su vieja y modesta casita cerca de la playa. Nadie le habla, nadie le dice nada. Llegó alli en aquella vieja barca, huyendo de su vida, huyendo de su pasado. De los golpes. De que intentaran venderla a un anciano. Siempre fue una rebelde y cuando se enteró de los planes que su tío tenía para ella no lo dudó ni un momento. Una barca del puerto y al mar.
Y aquella vez el mar fue su héroe. Desde Egipto fue a parar a España.
Suspira y entra en la casa. Va a su cuarto y se descalza, acariciando el suelo con las plantas de los pies. Mira una pequeña y detallada caja de música sobre su vieja cómoda. Sonríe y la acaricia con los dedos, abriéndola. Se podría decir que es el único recuerdo que tiene de su lugar de origen, y extrañamente está muy unida a ella, a pesar de todos los malos recuerdos.
A su memoria acuden viejos fantasmas. Era la septima hija, de una septima hermana y al igual que su madre -y que su abuela-, al igual que esas mujeres tan especiales, y otras pasadas, tenía ese don especial. Ese don. La predicción. Podia ver sin problema el futuro de una persona en la palma de su mano, en una lectura de cartas, y más de una vez se había cumplido aquello con lo que habia soñado. Nadie le habia enseñado a hacerlo, cómo funcionaba.
Desde pequeña descubrió que era más especial que los demas, tal y como su abuela tantas veces le había contado.
Pese a estar en casa, el aroma a sal había inundado sus pulmones. El aire es denso, casi siente que podría coger un pedacito de él y untarlo con mantequilla. Su mirada se clava en el contenido de su caja de música. En la tapa, dibujos de la diosa Isis y Osiris, Ra en el fondo, y sobre él, sus viejas cartas.
Pero está a oscuras, y más que verlo, lo intuye porque la conoce de memoria.
Coge las cartas y las observa, sintiéndose agobiada por el ambiente, recordando su contenido.Las cartas son asperas al contacto del desuso que han tenido. Aquellas cartas y su cajita fueron lo único que cogió cuando se escapó. Y eran tan especiales… habían pertenecido a su madre, su abuela, su bisabuela…
Recuerda con añoranza el día que pasaron a su poder. Su madre se las entregó entre lágrimas cuando tenía 8 años. La habían prometido a un hombre muchisimo mayor que ella, mayor hasta que su madre, y aquel había sido su regalo de bodas.
Frunce el ceño ante el recuerdo. La tristeza, la confusión, la desorientación. No estaba preparada para madurar siendo tan pequeña.
La oscuridad de su hogar comienza a agobiarla. Se siente prisionera de sus fantasmas, sus recuerdos, su tristeza.
Recuerda la bofetada que le dio su tío cuando mostró su disconformidad. "Yo soy adulto, tú no. Aqui yo mando. Soy el hombre de la casa y harás lo que te diga"
Cierra la cajita con las cartas de golpe, como si hubiera deseado que aquel sonido hubiera sido una bofetada. La bofetada que quiso darle a su tío por todo lo que le hacía pasar. No calcula y se pilla los dedos con la caja.
Controla una exclamación de dolor al sentirlo-
Le duelen al moverlos, pero no es algo insoportable. La oscuridad sigue cirniéndose a su alrededor.
Se siente tremendamente nerviosa, va hacia el cuarto donde tiene la mesa en las que suele echar las cartas. Tiene mil y un pensamientos en la cabeza, se sienta y suspira. Tal vez si echa las cartas conseguirá ordenarlos…o simplemente apartarlos de su mente. Y aquella noche…No le gustaba nada.
El aire comienza a soplar con fuerza. Es lo que los marineros llaman “una noche de perros”. Escucha las olas revueltas chocar contra las rocas.
Coge las cartas y las baraja, dejando la mente en blanco o intentándolo. Las cartas se deslizan rapidas entre sus manos. A tientas sabe donde están las cartas y la mesa, pero la luz no es muy grande en ese rincón, ni siquiera llega el brillo de la luna.
Se levanta, dejando las cartas sobre la mesa y enciende unas velas sin problema. La luz parpadea con el suave viento que hacen sus movimientos y varios escalofrios recorren su espalda. Lleva una de las velas a la mesa y continúa con las cartas.
Deja la vela sobre la mesa. Ahora todo esta lo bastante iluminado para que pueda hacer sus tiradas. Las barajea durante unos instantes más, y después comienza a colocarlas sobre la superficie, haciendo una cruz celta. La tirada más sencilla, la tirada más facil. Porque aún, pese a todo, no lo controla lo bastante.
Recuerda como su abuela conseguía todo lo que quería de ellas e incluso desafiaba a todos los dioses haciendo las tiradas y la lectura, sin siquiera volver las cartas para leerlas.
"
Termina de colocar las cartas con mano temblorosa. Mira la tirada. Baja la mirada lentamente hacia la mesa para ver qué le dicen las cartas. Todo está borroso. El aire es demasiado denso.
Se esfuerza más por verlas.
Cada vez es más borroso.. más oscuro.
"
Entreabre los ojos, empezando a ver un brillo en esa oscuridad. El aire golpea su rostro. El aroma a sal vuelve más fuerte y gotas de lluvia caen sobre ella. Nota un suave balanceo.
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